El primer vehículo que me cogió era un camión cargado de dinamita con una bandera roja. Fueron unos cincuenta kilómetros por la enorme pradera de Illinois; el camionero me señaló el sitio donde la Ruta 6, en la que estábamos, se cruza con la Ruta 66 antes de que ambas se disparen hacia el Oeste a través de distancias increíbles. Hacia las tres de la tarde, después de un pastel de manzana y un helado en un puesto junto a la carretera, una mujer se detuvo por mí en un pequeño cupé. Sentí una violenta alegría mientras corría hacia el coche. [...]
El sol se ponía. Caminé, tras unas cuantas cervezas frías, hasta las afueras del pueblo, y fue unlargo paseo. Todos los hombres volvían a casa del trabajo, llevando gorros de ferroviarios, viseras de béisbol, todo tipo de somberos, justo como después del trabajo en cualquier pueblo de cualquier sitio. Uno de ellos me llevó en su coche hasta la colina y me dejó en un cruce solitario de la cima de la pradera. Era un sitio muy bonito.
El sol se ponía. Caminé, tras unas cuantas cervezas frías, hasta las afueras del pueblo, y fue unlargo paseo. Todos los hombres volvían a casa del trabajo, llevando gorros de ferroviarios, viseras de béisbol, todo tipo de somberos, justo como después del trabajo en cualquier pueblo de cualquier sitio. Uno de ellos me llevó en su coche hasta la colina y me dejó en un cruce solitario de la cima de la pradera. Era un sitio muy bonito.
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